La lectura

¿Qué hay en la lectura?

La lectura es una habilidad de un tipo muy desarrollado: de hecho es la suma de varias habilidades psicológicas que se adquieren y se ejercitan a edad temprana. Como ocurre con las facultades humanas que usamos desde siempre (la maravilla del lenguaje, de la percepción visual), es difícil darnos cuenta cabal de su complejidad.

La lectura comprende, en un principio, la capacidad de discernir una letra de otra: ¿qué tienen que ver las siguientes formas entre sí?



A a a A

Poco: y sin embargo todas son la a. ¡Qué entrenamiento visual y gráfico, qué finura de apreciación requiere identificar los signos a través de tipografías, tamaños y características diferentes!

A continuación, está la habilidad para leer bloques completos de letras: las palabras. Como los lectores de este texto son avezados en la tarea, no reparan (por fortuna) en la forma en que la están realizando. Los lectores avanzados no leemos letra a letra, sino que más bien reconocemos las formas típicas, globales, de cada palabra (lo que los expertos llaman "la forma de Bouma"), y las interpretamos en conjunto:


Y no para ahí la cosa: somos capaces de descifrar no sólo la palabra en la que fijamos la vista, sino además las que se encuentran a sus costados:

eso hace que podamos leer

en que lo haríamos si leyéramos letra a letra.

Pues bien: los lectores que no llegan a este estadio de lectura por bloques no han alcanzado el pleno desarrollo de la habilidad. Leerán despacio y mal...

Más maravillas: las letras convocan sonidos en nuestra mente, pero los lectores avanzados leemos en silencio. Esto es nuevo en la historia: no ha sido siempre así. Durante muchos siglos la lectura, incluso la lectura solitaria, fue siempre en voz audible. ¿Cómo lo sabemos? Un pasaje de las Confesiones de San Agustín (siglo IV después de JC) nos relata el asombro que sintió cuando sorprendió a San Ambrosio leyendo en soledad... ¡en completo silencio!

Las personas con escasas habilidades lectoras murmuran cuando leen. Otras no emiten ningún sonido, pero practican lo que se conoce como subvocalización: su glotis se mueve imperceptiblemente. Ni unas ni otras han interiorizado la conversion directa de texto en significado, y por lo tanto son lectores defectuosos y poco hábiles.

Un personaje del escritor fantástico H. P. Lovecraft emprende la búsqueda de una ciudad con cuyas cúpulas doradas en el sol de la tarde había soñado tantas veces. Perdido entre las marañas de callejuelas puede, por fin —gracias al auxilio de una mágica llave de plata—, acceder a ella. Cuando lo logra, descubre que no es otra que su propia ciudad natal: manifestada o revelada bajo una nueva luz.
Sí: la ciudad onírica estaba dentro de su ciudad real (podemos extrapolar nosotros ahora) como el conocimiento está dentro de la información: agazapado, polvoriento, esperando la llave mágica.
Y ya es hora de revelar nuestro secreto: la llave mágica del conocimiento es la lectura. Será necesario repetirlo, porque estamos subyugados por la magnitud y las virtudes de los nuevos prodigios tecnológicos, y al tiempo deberemos reaprender las potencialidades y las maravillas de algo que consideramos trivial, sólo porque lo poseemos ya, y porque nos acompaña desde hace muchísimo tiempo.
La lectura es la capacidad de los humanos alfabetizados para extraer la información textual. (Existe también la "lectura de las imágenes" de la que habremos de hablar igualmente...) Y es hora de avanzar la tesis central de estas páginas: la lectura es la llave del conocimiento en la sociedad de la información.
La colosal acumulación de datos que ha constituido la sociedad digital no será nada sin los hombres que los recorran, integren y asimilen. Y esto no será posible sin habilidades avanzadas de lectura.
Es cierto que el acceso a la información digital exige nuevos saberes. Algunos de ellos antes estaban confinados a profesiones muy especializadas (los documentalistas, los bibliotecarios). Pienso en la capacidad de manejar bases de datos, en la utilización de palabras clave para las búsquedas, en el uso de operadores booleanos (Y, O), en la indización de la documentación propia... Todo ello es real: son saberes nuevos, antes reducidos a una práctica profesional, y hoy necesarios hasta para el escolar que prepara un trabajo. Pero además de ellos, y vitalmente necesarios para la conversión de las informaciones halladas en conocimientos, está la habilidad tradicional de lectura.
Que no nos extrañe: el desarrollo humano no avanza en zigzag ni a saltos, sino que normalmente construye sobre lo anterior. La lucha por comprender y utilizar las nuevas tecnologías digitales exige muchas cosas nuevas, sí; pero presupone las antiguas. Y la más importante de ellas es la lectura.


Ahora sabemos que quienes, desde el sistema educativo y las editoriales, desde los hogares y bibliotecas luchaban por la lectura, estaban también trabajando por la sociedad de la información y del conocimiento: antes de que existiera.
La sociedad en su conjunto tiene que defender la práctica extensa y gozosa de algo en lo que ya no nos jugamos sólo la pervivencia cultural, sino la entrada en la sociedad del mañana.
Esto no es una conclusión. Esto es —debería ser— el comienzo de algo muy grande. Como el soñador de Lovecraft, hemos descubierto que la ciudad mítica y dorada que perseguimos se encuentra ya ante nuestros ojos, la poseemos. Ya tenemos la llave de plata.
Usémosla.




La lectura y la sociedad del conocimiento
José Antonio Millán

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