Jean-Baptiste-Camille Corot (1796-1875)

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Corot desarrolló mediante técnicas innovadoras un estilo de sutiles contrastes tonales que se hizo muy popular a través de sus exposiciones en el Salón. Estos cuadros, de atmósfera poética, fueron descritos en la obra de Oscar Wilde, Un marido ideal, por la Sra. Cheveley como "crepúsculos plateados" y "albas rosáceas". El Ballet Russe utilizó una selección de estas suaves y poéticas pinturas en su representación de Las sílfides. Corot era un pintor de éxito y popularidad en los Salones; sin embargo muchas de sus obras, no destinadas a sus exposiciones en el Salón, están entre las más innovadoras de la época; muchas de ellas, por su tratamiento del color, composición y pincelada, se parecen mucho a una pintura impresionista de la década de 1870. Camille Corot (1786-1875) comienza ya por romper con los moldes estrictos del Romanticismo, si se él temperamentalmente lo que se dice un revolucionario.
Si la mesura y el equilibrio son virtudes imprescindibles a lo que hemos de entender por verdaderamente clásico, bien puede afirmarse que el siempre sereno y equilibrado Corot podía haber sido harto más clásico que muchos que lo habían pretendido y pretendían con el Neoclasicismo. Jamás fue lo suyo el arrebato sentimental, la fogosidad de factura o los temas emotivistas del Romanticismo con que también cronológicamente coincide. Mas, tampoco habría de ser su arte siervo del purismo formalista, del tan ensalzado rigor del dibujo. Llegado a Italia en 1825, descubre por sí mismo en ella que el paisaje, aún más que de líneas, depende de los valores de la luz.
Así, Corot mostrará de continuo una visión sosegada de los elementos del paisaje, disponiéndolos con clara llaneza; con un tan sencillo orden que pudo hacer creer a la multitud de sus imitadores y falsificadores que el corotismo era la más sencilla cosa del mundo. Igual que su tierna paleta quebrada y su muy sensible captación de lo atmosférico. Corot ve muy directamente el paisaje. Sin interferencias literarias. Es para él no una ocasión para la fuga romántica, una evasión en el espacio o el tiempo, tal cual el romanticismo acostumbró a usarlo. Era una realidad que estaba ante sus ojos. Su maestro Michallon le había dado un consejo: "reproducir tan escrupulosamente como le fuera posible lo que viera delante de él".

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